Abby Snow (Jordan Hinson) y su hermano pequeño Ethan (Bobby Coleman) son adoptados por una pareja aparentemente agradable que vive en una bonita casa del sur de California.

Cuando la madre, Eve Goode (Angie Harmon), empieza a actuar de forma cada vez más extraña, Abby descubre que esta pareja ya ha adoptado niños antes, y que esos niños han muerto misteriosamente. Parece que la madre sufre una forma de síndrome de Münchausen por poderes, envenenando o causando daño lentamente a los niños para poder cuidarlos más, hasta que finalmente mueren.

Cuando mamá empieza a hacer esto a Ethan, le toca a Abby encontrar una forma de escapar, pero la casa está siempre cerrada con un cerrojo y no pueden usar el teléfono para hacer llamadas salientes. Además, el policía (Jason London) que visita a los niños con frecuencia, no tiene ni idea de lo que está pasando y piensa que la madre y el padre son súper personas.

Al final, el policía se da cuenta de que algo va mal y entra en la casa en secreto. Desgraciadamente, va despejando cada habitación como si fuera un cadete de primer año, y Eve es capaz de acercarse sigilosamente por detrás y dejarlo fuera de combate.

Al final, la psicomamá está a punto de matar a los niños, pero el padre adoptivo (Joel Gretsch) dispara y mata a su esposa psicópata.

Cabe destacar que la casa no es de cristal (como en la primera película) y que nadie se apellida Glass (como en la primera película).

El "cristal" en este caso es una metáfora de la fragilidad de los niños.