Un mendigo en la España del siglo XVIII es encarcelado por un cruel marqués después de hacer comentarios inapropiados en el banquete de bodas del noble. El mendigo es olvidado y sobrevive otros quince años. Su único contacto humano es con el carcelero y la hermosa hija muda de éste. El marqués anciano y decrépito intenta seducir a la hija del carcelero mientras ella limpia su habitación. Cuando ella lo rechaza, el marqués la hace arrojar al calabozo junto al mendigo. El mendigo, enloquecido por su largo encierro, la viola y luego muere.

Al día siguiente liberan a la chica y la envían a "entretener" al marqués. Ella mata al viejo y huye. Es encontrada en el bosque por el bondadoso caballero y erudito Don Alfredo Corledo, quien vive solo con su ama de llaves Teresa. La cálida y maternal Teresa pronto cuida de la chica hasta que muere al dar a luz a un bebé el día de Navidad, hecho que Teresa considera "de mala suerte".

Alfredo y Teresa crían al niño, a quien llaman León. León, maldito por las circunstancias malévolas de su concepción y por su nacimiento en Navidad, pronto se revela como un hombre lobo. Un incidente temprano de caza le da gusto por la sangre, que lucha por superar. Pronto se encuentran varias cabras muertas y se culpa a un perro pastor.

Trece años después, León deja el hogar para buscar trabajo en la viña Gómez. El vinatero, Don Fernando, pone a León a trabajar en la bodega con José Amadeo, quien se convierte en su amigo. León se enamora de la hija de Fernando, Cristina, y se desespera ante la aparente imposibilidad de casarse con ella. Permite que José lo lleve a un burdel cercano, donde se transforma y mata a Vera, una de las chicas. También mata a José antes de regresar a casa de Alfredo. Demasiado tarde, aprende que la presencia amorosa de Cristina impide su transformación; está a punto de huir con ella cuando es arrestado y encarcelado bajo sospecha de asesinato. Suplica ser ejecutado antes de cambiar nuevamente, pero el alcalde no le cree. Su naturaleza de lobo se está manifestando, y rompe su celda, matando a un borracho y al carcelero. Conmocionados y disgustados por su apariencia, los lugareños llaman a su padre adoptivo, quien ha obtenido una bala de plata hecha de un crucifijo bendecido por un arzobispo. Aunque destrozado por el dolor, Alfredo mata a León de un disparo y cubre su cuerpo con un manto entre lágrimas.