En el año 30 d.C., cuando Judea estaba bajo el control del Imperio Romano, una mujer llamada María, del pequeño pueblo de Magdala, comienza a seguir a Jesús de Nazaret. Su familia y su padre intentan interferir en su salida de casa, pero ella los echa. Acepta el bautismo de Jesús y su encargo de que ella y los demás apóstoles bauticen en el nombre del Padre. Parece que se une plenamente a los otros apóstoles al afirmar la autoridad del espíritu de Jesús que actúa a través de ella en nombre de los seguidores de Jesús.

Esto provoca un conflicto con los demás discípulos varones, incluido San Pedro. María sigue a Jesús hasta la Crucifixión y la Resurrección. Al final es aceptada por Pedro como fiel seguidora de Jesús. Pedro acepta su informe sobre la resurrección de Jesús y anima a los demás apóstoles a aceptar también su mensaje de la resurrección y a proclamarlo como parte del kerigma y de la buena nueva proclamada por Jesús en consonancia con su ministerio cuando estaba vivo. En los epígrafes finales, María es identificada por primera vez como una prostituta común por la iglesia primitiva en el primer milenio. En el tercer milenio, ha llegado a ser aceptada como una de las seguidoras de Jesús que estaba entre los doce apóstoles y junto a ellos.