Buenos Aires, una mañana. Sebastián, un abogado en proceso de divorcio, recoge a sus dos hijos en la casa de la madre, Delia, en el séptimo piso de un edificio de clase media, para llevarlos al colegio. A continuación, tiene que acudir al tribunal donde su bufete defiende a uno de sus principales clientes, acusado de tráfico de carne. Los niños bajan a pie mientras Sebastián toma el ascensor, que es un poco temperamental. Cuando llega al fondo, los niños siguen sin estar allí y Miguel, el guardia de seguridad, no los ha visto. Al principio, el padre piensa que es un juego, sube y baja las escaleras, pero tiene que enfrentarse a los hechos: sus hijos han desaparecido. Presionado para acudir a los tribunales, recurre a todos los vecinos, incluido Rosales, un comisario de policía próximo a la jubilación, que se hace cargo del registro y avisa a la policía. Sebastián, desestabilizado, acusado por su mujer de haber montado el complot para quedarse con sus hijos, sospecha de todos: sus rivales, el conserje, un vecino, su cuñado, Rosales... Finalmente, recibe una llamada en la que se exige un rescate de 100.000 dólares estadounidenses, que debe entregarse en un plazo de dos horas en el último piso de un aparcamiento del muelle. Se dirige a su patrón, cuyos arreglos conoce, y le obliga brutalmente a entregar el dinero.

Sebastián va a entregar el sobre, que es recogido por un joven en bicicleta. De vuelta al edificio, los niños son devueltos: estaban en la cuarta planta en un piso desocupado, custodiados por una mujer a las órdenes de Rosales. Rosales va a buscar a Delia, la mujer de Sebastián, y le confirma que ahora podrá conseguir lo que quiera de él. Molesto por el reencuentro, Sebastián le propone a Delia empezar de nuevo, pero ella invoca, además de su padre enfermo en Madrid, su temor por sus hijos y le anuncia que esa misma tarde se marcha a España. Desilusionado, Sebastián acepta y también firma los papeles del divorcio.

Al final de la noche, mientras su ex mujer y sus hijos se dirigen al aeropuerto, Sebastián vuelve al piso del cuarto y descubre en el suelo la otra mitad de un paquete de medicamentos que debe tomar su hija, aunque él tiene la primera mitad que debía darle. Al darse cuenta de que su mujer le ha tomado el pelo, se apresura a ir al aeropuerto. Poco antes de embarcar, es visto por sus hijos, que se precipitan hacia él. Obliga a Delia a marcharse sola y regresa a la ciudad con sus hijos.